La próxima convergencia
Palabras de Luis Alberto Moreno, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, en el III Foro Empresarial de las Américas, 12 de abril, 2018
Durante los próximos dos días, los jefes de Estado y de gobierno de nuestro hemisferio se reunirán aquí en Lima para debatir dos grandes temas:
Los problemas de integridad y transparencia en nuestras instituciones y el futuro de las relaciones comerciales en las Américas.
Si solo nos guiamos por los titulares de la prensa, el pronóstico para estas conversaciones no es alentador.
De hecho, este momento me recuerda otra Cumbre de las Américas, la primera a la que asistí como presidente del BID.
Fue en Mar del Plata, Argentina, a fines del 2005.
Muchos de ustedes recordarán esa cita, que ocurrió en un momento de profunda discordia entre nuestros países.
Tanto que se organizó una multitudinaria “contracumbre” en la que partici-paron varios presidentes y se produjeron violentas manifestaciones callejeras en contra de un proyecto de integración hemisférica.
En ese momento, habría sido difícil creer que estaba por comenzar uno de los períodos más prósperos y estables que ha vivido nuestra región.
Durante los cinco años posteriores a esa cumbre Latinoamérica se siguió globalizando, y el intercambio de personas, bienes y servicios entre nues-tros países siguió creciendo. Decenas de millones de latinoamericanos salieron de la pobreza y nuestras democracias se consolidaron, no obstante las diferencias ideológicas.
Hoy creo que estamos en una coyuntura muy similar a la del 2005.
Las malas noticias del momento nuevamente nos impiden ver una oportu-nidad más profunda.
Esa oportunidad tiene que ver con la convergencia.
Por convergencia me refiero a la construcción de nuevos consensos entre nuestros países.
Consensos basados en valores compartidos, en regulaciones armonizadas y en el fortalecimiento de los lazos históricos, culturales y económicos que nos unen.
Tal vez a algunos de ustedes esto les sonará como una fantasía.
Pero en los próximos minutos voy a tratar de persuadirlos de que esta convergencia está a nuestro alcance.
Primero, hablemos de corrupción.
Todos los días, las redes sociales difunden innumerables denuncias sobre este tipo de delitos, dándole una enorme visibilidad a un problema que, en el pasado, rara vez salía a la luz pública.
Cuando a esto se suman las noticias sobre corrupción a gran escala —desde el financiamiento ilegal de campañas políticas hasta fraudes en obras públicas — la sensación es agobiante.
Sin embargo, este descontento también es una señal de que nuestras de-mocracias están madurando, y de que nuestras instituciones hoy operan con mucha más independencia.
Y la revolución digital que le ha dado tanta visibilidad a la corrupción tam-bién nos ofrece nuevas herramientas para combatirla.
Como podemos ver, cada día hay más organizaciones que usan las redes y los datos abiertos para fiscalizar el gasto público y verificar la información oficial.
En el BID estamos apoyando a varios gobiernos que están simplificando y digitalizando los trámites con el fin de reducir la discrecionalidad de los funcionarios.
Otros gobiernos están aplicando nuevas tecnologías de identidad para impedir el lavado de dinero, la evasión fiscal y el fraude en las aduanas.
Esta es una buena noticia para las empresas, porque las expectativas de la gente sobre la integridad del sector privado también están convergiendo.
Delia Ferreira, presidente de Transparencia Internacional y miembro de un grupo de expertos que está asesorando al BID en este tema, recientemente lo explicó así. Nuestra gente hoy exige “más información, más integridad, menos impunidad y, menos indiferencia”.
Y es que hace años que las firmas más competitivas del mundo entendie-ron que deben mostrar el valor que aportan a las comunidades donde operan.
Ese valor se mide no sólo por empleos creados, una buena gestión am-biental, mejores beneficios sociales o más equidad de género.
Hoy también se mide por la transparencia.
En adelante, habrá dos tipos de empresas: aquellas en la vanguardia de este movimiento, que se someten voluntariamente al escrutinio de la so-ciedad, y aquellas que se quedarán atrás, pagando las consecuencias.
No tengo duda de que muchos de los ejecutivos aquí presentes se suma-rán al primer grupo.
Este sábado, algunos de ustedes les entregarán a los Jefes de Estado del hemisferio una lista de compromisos para prevenir y atacar la corrupción en sus empresas.
Estas recomendaciones hacen parte de sus aportes al Diálogo Empresarial de las Américas.
Entre otras medidas, ustedes se han comprometido a:
no hacer contribuciones ilegales a las campañas políticas;
no hacer obsequios a funcionarios;
y no pagar sobornos para quedarse con una licitación.
Algunos dirán que estos pasos son lo mínimo necesario.
Pero yo pienso que si estos compromisos se cumplen, marcarán un cam-bio histórico en nuestra cultura empresarial.
Y esto me lleva al segundo tema de esta cumbre.
Hace un año lanzamos un informe en donde mostramos que nuestros paí-ses podrían acelerar el crecimiento si profundizan sus esfuerzos de inte-gración regional.
De hecho, esa idea ha sido parte de nuestro ADN desde que se fundó el BID hace ya casi 60 años.
Gran parte de nuestro trabajo se enfoca en impulsar la integración física entre nuestros países y en modernizar el software del comercio exterior que permite agilizar los procedimientos aduaneros y logísticos.
Pero, por mucho tiempo, nos parecía que estábamos pedaleando en una bicicleta estática.
Sin embargo, en los últimos 12 meses hemos empezado a ver un cambio notable.
Nuestros gobiernos cada vez están más conscientes de la urgencia de profundizar la integración.
Está claro que, si seguimos divididos, nuestros países nunca tendrán la escala suficiente para atraer grandes inversiones o para competir efecti-vamente en la economía global.
Es por eso que bloques como el Mercosur y la Alianza del Pacífico, que durante mucho tiempo avanzaron por carriles separados, hoy están intere-sados en unirse.
Y recientemente Canadá, que ya tiene acuerdos de libre comercio con los cuatro países de la Alianza del Pacifico, anunció que quiere alcanzar un acuerdo con el Mercosur.
Todo esto refuerza la idea de que donde tenemos más potencial para crecer es dentro de nuestra propia región.
Pero para cambiar esta realidad, tenemos que pensar mucho más allá de aranceles y aduanas.
Tenemos que contar con la ambición para imaginar otras dimensiones de la integración.
Imaginemos, por ejemplo, lo que podríamos hacer en energía.
Todos han oído hablar del fracking, que está liberando enormes cantida-des de gas natural en Norteamérica.
Si logramos extender gasoductos transfronterizos, estos gigantescos ya-cimientos podrían ayudar a reducir los costos de energía en México y Centroamérica.
En el BID además estamos estudiando el efecto que podría tener el gas natural licuado en los precios de electricidad en el Caribe, si creamos nuevos esquemas de distribución y generación.
Pero nuestra región también tiene un gigantesco potencial para desarrollar fuentes no convencionales de energía renovable.
Por ejemplo, la energía solar que recibe el desierto de Atacama podría generar suficiente electricidad para abastecer la demanda diurna de toda América del Sur.
Y de noche podríamos aprovechar el masivo potencial de generación eólica de Brasil.
Esta integración energética se podría lograr construyendo unos 12.000 kilómetros de líneas de transmisión.
Según nuestros cálculos, en los próximos 12 años, la región podría ahorrar por lo menos US$ 30.000 millones en este escenario, ya que construir líneas de transmisión es mucho más barato que construir nuevas plantas de generación.
Ustedes se preguntarán: ¿cómo vamos a financiar todas las inversiones necesarias para lograr esta convergencia?
Una solución sería eliminar las barreras que hoy impiden que los fondos de pensiones inviertan más en países vecinos.
Nuestros gobiernos necesitan unos US$150.000 millones adicionales al año para financiar obras de infraestructura.
El ahorro privado podría ayudar a cerrar esa brecha, y en América Latina los fondos de pensiones administran activos por más de US$700.000 mi-llones.
¿Por qué no aceleramos proyectos como el Pasaporte Latinoamericano de Fondos de Pensiones, que daría las garantías necesarias para que un fondo en Chile pueda fácilmente invertir en México, o viceversa?
La convergencia también debe traducirse en más oportunidades, no sólo para quienes ya tienen escala, experiencia y recursos, sino también para nuestras pequeñas y medianas empresas.
Hoy, casi 90% de nuestras firmas son PYMEs.
Pero sólo 1 de cada 8 de estas empresas exporta.
Imaginemos lo que podría ocurrir si 2 cada 3 exportara, como ocurre hoy en muchos países de Asia.
Podemos avanzar en esa dirección con herramientas como ConnectAme-ricas, la plataforma digital que creamos con Google, DHL, Mastercard, Fa-cebook y SeaLand.
La clave es crear condiciones para que más PYMEs pueden sumarse a cadenas de valor impulsadas por grandes empresas.
Así acumularán la tecnología, la experiencia y los contactos necesarios para llegar a otro nivel.
Recientemente visité la provincia argentina de Mendoza, donde conocí empresas de software que compiten contra la gigantesca industria de ser-vicios informáticos de la India.
Me explicaron que la principal razón de su éxito es que han sabido desa-rrollar y retener talento humano.
Una de ellas, Belatrix, le ofrece a cada empleado 120 horas anuales de capacitación – tres veces más que el promedio mundial en su industria.
Pero para seguir creciendo, estas empresas del conocimiento también necesitan reclutar ingenieros y programadores de otros países.
Hoy, lamentablemente, exportamos muchos más trabajadores que los que importamos.
Nuestra legislación migratoria suele ser sumamente restrictiva cuando se trata de trabajadores extranjeros.
Veamos las consecuencias. Según la OECD, en Estados Unidos, 13% de la población actual nació en otro país. En Canadá, 20%. En Australia, 28%.
En contraste, en Chile los extranjeros representan menos de 3% de la po-blación. En México y Brasil, son menos de 1%.
En la carrera global por el talento, están ganando los países con progra-mas activos para reclutarlo.
Y en esta carrera no nos podemos quedar atrás.
Tenemos que movernos rápido, porque otras regiones ya están apostando por las oportunidades que ofrece la Cuarta Revolución Industrial.
En Europa, por ejemplo, se está creando un Mercado Único Digital, que abarca desde las telecomunicaciones hasta las transacciones electrónicas.
Su objetivo es asegurar que el valor del comercio electrónico europeo se duplique en los próximos dos años, llegando a un trillón de dólares ameri-canos.
De la misma manera, América Latina podría impulsar una estrategia conti-nental para fomentar el acceso a la banda ancha, el desarrollo de redes y servicios digitales y el crecimiento de una economía digital propia.
Energía, inversiones, PYMEs, talento, economía digital.
Estas son sólo algunas de las dimensiones de la convergencia que tene-mos que lograr.
Una convergencia que no tengo duda de que está a nuestro alcance.
Hace seis años, en la primera edición de esta cumbre empresarial en Car-tagena, planteamos el desafío de crear una prosperidad Made in the Americas.
¿Qué significa esta oportunidad en el día hoy?
El BID nació en 1959 gracias a un acuerdo entre dos grandes estadistas de esa época: Juscelino Kubitschek de Brasil y Dwight Eisenhower de Es-tados Unidos.
Kubitschek y Eisenhower entendieron que la cooperación era el mejor ca-mino hacia el progreso de todo el hemisferio.
Y en las últimas seis décadas, nuestros países fueron armando una estructura de acuerdos que permiten que 80% de nuestro comercio esté libre de aranceles.
No es casualidad que, de los 20 acuerdos de libre comercio que Estados Unidos ha firmado en su historia, 11 son con países en nuestra región.
Hoy el comercio de Estados Unidos con América Latina y el Caribe supera un trillón de dólares americanos al año, un volumen comparable a todo el comercio de ese país con Asia.
Pero si nos decidimos a impulsar esta agenda de convergencia profunda, y si lo hacemos con todos los países del hemisferio, lograríamos mucho más.
Ya somos un hemisferio que comparte los ideales de la democracia, la libertad, la seguridad, los mercados abiertos y la igualdad de oportunidades.
Pero tenemos que ser mucho más ambiciosos, más impacientes y más audaces.
Podemos convertirnos en un bloque con dos veces la población de la Unión Europa. Seríamos, de lejos, el mercado más grande y más rico del planeta.
Juntos, podemos ser un imán para la inversión extranjera.
Una plataforma ideal para producir todo tipo de productos y competir a escala global.
Y una comunidad de naciones con la capacidad para satisfacer las aspira-ciones de todos nuestros ciudadanos.
Yo estoy convencido de que podemos construir esta agenda positiva.
Una agenda en la que todos creemos.
Una agenda en la que todos ganamos.
Una agenda de prosperidad “Hecha en las Américas”.
Muchas gracias.