Proclamada la independencia el 28 de julio de 1821, la tarea inmediata era definir el tipo de gobierno que regiría la nueva patria autónoma.
Había sonado semanas antes de aquella fecha, y de boca del propio libertador José de San Martín, la propuesta de que esta novicia patria inaugurara una monarquía constitucional liderada, nada menos, que por un príncipe europeo. Ante la sola mención de Perú, entre los candidatos reales, se habrían entusiasmado por reinar tan afamado lugar que ganara extraordinaria honra en la historia de Europa del siglo XVI.
La propuesta gubernamental, al principio tuvo más simpatizantes que detractores entre los ciudadanos nacionales, pero como bien se sabe los argumentos republicanos se impusieron no sin antes cruzar por el Protectorado de San Martín y la dictadura de Bolívar que ante la posibilidad de gobernar una independencia quebradiza imponiendo cualquier tipo de régimen, lo único que no cambiarían es su nombre original el de Perú, que a lo largo de casi tres siglos había ganado renombre, porque como lo afirma el historiador Thurner: Perú es una firma de su historia ya que antes de inicios del siglo XVI nada en el mundo se llamaba de esa forma.
Bien sea monarquía o república; o como fue, virreinato y colonia, el nombre de Perú seria imperturbable. Y sus consecuentes retoños de la independencia, peruanos y peruanas, era más presente que futuro, señal para que ningún libertador corra el riesgo que antes asumió la metrópoli española al denominarla Virreinato de Nueva Castilla cuando ya el nombre de Perú había calado en el inconsciente de las castas.
La originalidad del nombre y de su origen lo trata mejor el Inca Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales indicando que fue un accidente interpretativo el que dio origen al nombre Perú, cuando un indígena interceptado por los conquistadores de paso a la línea equinoccial, preguntaron con señas por cómo se llama el reino hacia el sur, y éste, confundido, respondió con su nombre, Berú; y que estaba en el río Pelú. De pronto los españoles asociarían Perú con el refulgente e inacabable oro que decoraba todo el imperio incaico.
Perú se hizo sinónimo de riqueza en todo el mundo cuando atrajo la curiosidad y luego la envidia de los europeos presentes al ver como desfilaba en Sevilla el fantástico botín, principalmente de oro del Perú, el cual iba a transformar la economía europea y dar el disparo de salida del capitalismo. Así nace el prestigio del nombre Perú, de la patria ahora independiente, que inclusive hoy el público más culto emplea frases como ¡Vale un Perú! o eres un perulero en referencia a aquella historia dorada o aquella persona adinerada que va a España procedente del Perú.
Escrito por: Miguel Rodríguez Molina